Pablo Carvajal
En Venezuela, con la
desaparición física del siempre presidente y comandante Hugo Chávez,
abruptamente hemos caído en peligrosa
elongación de tiempo que bien podríamos denominar Punto Límite. El punto límite es aquel –para el caso de algún tipo
de conocimiento que ha alcanzado su techo en el que no puede avanzar más-, en
el que una vez llegado a él, agotadas todas las previsiones teóricas y
prácticas del proceso revolucionario –recordemos los últimos momentos de la
URSS 1989—1991-, se cierran todas las salidas de la revolución y el avance en
marcha se detiene y paraliza totalmente. Y a la vez, todo el mundo cae en un
estado general de desconcierto, confusiones, sectarismos, contradicciones y
conflictos, y quienes tienen el poder resuelven por la agresión a sus anchas y
reales ganas de sus intereses cualquier crítica en contrario, aunque esta sea
de sus propios partidarios. En este ámbito la derecha contra-revolucionaria
toma la dirección de los hechos políticos, económicos y sociales en el plano de
la opinión pública y se fortalece cada vez más, mientras con su ataque debilita
a la revolución. Aquí en Venezuela la contra revolución (MU) pasó a guiar la
opinión pública, a partir de la muerte del presidente Chávez.
Nosotros, América
Libre y Socialista, en nuestros trabajos de investigaciones hemos encontrado un
término con el que se recoge significativamente ese estado nefasto de confusión,
y de contradicciones permanentes entre las distintas organizaciones y partidos populares-revolucionarios,
encerrados en la práctica obtusa de sus más connotados dirigentes, que ha
llevado a una situación de sectarismos y dogmatismos que nos ciegan totalmente
respecto a ignorar la búsqueda de factores y elementos de conocimientos
históricos claves de la revolución socialista, como así a despreciar la
práctica misma de la teoría para las transformaciones con los que bien
pudiéramos encontrar salidas hacia el avance del proceso de la revolución. Ese
término es el de: Gregarización
ideológica disolvente. Su carácter básico es que quien, de alguna manera,
ejerce algún poder de influencia y dirección política, social y cultural sobre
las poblaciones, lo ejerce en función ideológica de su propio beneficio de
poder personal e intenta mantenerlo incluso, aliándose con el enemigo. Define
un estado mental en el que el poder por el poder ciega y deshumaniza al que lo
detenta de alguna manera.
Con la gregarización ideológica disolvente,
triste y lamentablemente para ellos, han caído todos aquellos otrora
revolucionarios que falazmente traicionaron la revolución socialista en los
distintos continentes y se han pasado, viles y arrastrados peones, al campo de
ese monstruoso imperialismo norteamericano-europeo, por búsquedas de cuotas de
poder. Ese nefasto ámbito de traición está plagado de despreciables nombres en
uno y otros continentes como los de Pompeyo Márquez, Eudocio Revines quien
fue Secretario General del Partido
Comunista peruano, el del filósofo Jean
Baudrillard entre otros de renombre. En el campo socialista ese punto límite lo
constituyó en sí el iscariota Gorbachov como presidente de la URSS.
¿Qué hacer entonces, si
estamos sin salidas en este punto límite? Pues para traspasarlo:
1)
Aplicar en
todos los términos el principio de bondad, generosidad y de solidaridad
revolucionaria, en función de humanización de la sociedad. Arreciada
comunicacional de la revolución en todos los niveles y estratos de la
población.
2)
Lanzarnos
sin demora a la reorganización y reunificación del movimiento revolucionario en
la escala nacional como así sugerirlo en la escala continental y mundial.
Realizar un 1er gran Congreso Nacional a los efectos de establecer una sola
dirección política colectiva con la que se guíe el movimiento revolucionario.
3)
Buscar
conformar la epistemología de las ciencias de la revolución, e intentar
reordenar sobre la base del Programa de la Patria, las líneas de acción del
gobierno bolivariano hacia su recuperación estratégica chavista. El legado de
Chávez vive en el corazón del pueblo, es el alma de Venezuela en su revolución.
Tiene que vivir.
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